domingo, 11 de abril de 2010

Un regalo inesperado

En salidas familiares no es normal que me lleve la reflex. Mi máxima ilusión es disfrutar a tope de mis niños, ser partícipe en todo momento de esos instantes efímeros de elegría, asombro e inocencia que sé no se volverán a repetir jamás.

La reflex, por distintos motivos, me limitaría mucho este disfrute, pero a la vez no quiero dejar de llevarme recuerdos a casa. Así que la opción que tomo casi siempre es llevarme una compacta, una canon G10 en mi caso, no abulta, pesa poco, la tengo siempre a mano y en una visita al zoo de Madrid como la que hemos hecho durante el día de hoy, me va a quitar las ganas de fotografiar cualquier otro sujeto que no sean los integrantes de mi familia. Eso suele ser así el 99% de las veces, pero hay otras en que la belleza se revela de forma inesperada ante uno e incluso con una compacta es posible volverse casa con un bonito regalo (además de todas y cada unas de las fotos en las que aparecen Samuel y Lucía)

Canon G10, con flash y a pulso

martes, 6 de abril de 2010

Últimas nieves en Colomers

Esta Semana Santa he tenido la oportunidad de recorrer una zona del Pirineo que no conocía, el circo de Colomers, dentro del área periférica del PN Aigüestortes. El escenario que he contemplado ha sido muy distinto del que suelen ver la mayoría de sus visitantes, pues un gran manto blanco aún vestía todo el paisaje y son aún pocos los que en estas fechas se adentran en estos parajes.

Aunque el lugar es de una gran belleza paisajística no destaca por el número de fotografías que aquí se toman, al menos en la preparación previa al viaje apenas encontré material más allá de las típicas instantaneas hechas por excursionistas. Y el número de fotos decrecía considerablemente cuando la nieve era la protagonista. Así pues fotografiar esta zona en esta época del año resultaba en cierto modo un reto.

Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM,
Degradado Neutro -2 Hard, Polarizador, trípode
0.5@f/19, ISO 100, 28mm

La idea era pasar dos noches en el refugio de Colomers, de nueva construcción, situado en el borde del lago del mismo nombre. La llegada, tras una caminata con raquetas de unas 3h, no supuso ningún problema pero la búsqueda de puntos de interes en los alrededores del refugio, donde tendría las oportunidades más claras de hacer fotos al amanecer y atarceder, fue otro cantar.

El primero de los inconvenientes fueron los horarios. Tanto la cena como el desayuno coincidían prácticamente con las horas de puesta y salida del sol. Añadido a estos inconvenientes estaba la orografía abrupta del terreno. Un paisaje nevado de alta montaña no tiene nada que ver con el mismo en verano pues no hay caminos trazados, todo son pendientes y cualquier fallo puede significar una caída de varias decenas de metros con las graves consecuencias que ello puede tener. Si a esto le sumamos la ausencia de luz por el hecho de llegar o marcharse de los sitios a fotografiar durante las horas del crepúsculo, las probabilidades de peligro aumentan considerablemente, más si uno no está familizarizado con el camino a seguir.

Tengo que decir que cuando ideé esta escapada no fui consciente de todos estos detalles (aunque sí del tema de horarios) y tenía planificados emplazamientos que estoy convencido me hubieran proporcionado fotos realmente buenas, pero una vez allí, me dí cuenta de los riesgos que entrañaba llegar a estos sitios en mitad de la noche. Mi radio de acción, pues, se redujo a los alrededores del refugio, con las limitaciones en cuanto a composición que ello suponía. De esta forma pude aprovechar el primer atardecer y amanecer de mi estancia en Colomers.

Canon EOS 5D Mark II, EF17-40mm f/4L USM,
Degradado Neutro -2 Hard, trípode 0,5@f/19, ISO 100, 20mm


Durante las horas de luz un cielo soleado me invitó a visitar aquellos lugares que tenía planificados pues no quería irme de allí sin verlos con mis propios ojos. Descubrí que las raquetas sirven de bien poco, mucho menos de lo que me imaginaba, en terrenos inclinados. Si los flanqueas te dejas los tobillos, si los subes por la línea de máxima pendiente el resbalón tarde o temprano está garantizado. La solución en mi caso, que no esquío, fueron los crampones. De esta forma no hubo demasiados problemas, aunque aún así, había que ir con mucho cuidado y asegurarse, sobre todo en las horas de máxima radiación, de que la nieve que uno pisaba no estaba muy blanda con el riesgo de hundirse o lo que era peor, hundir demasiado el bastón y perder el equilibrio.

Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM,
Polarizador, trípode
1/350s@f8, ISO100, 65mm


Conseguí llegar de esta manera a la plataforma blanca que era al Lac Long a los pies del Tuc Gran Sendrosa y con Pic de Ratera alzándose imponente en la distancia. Este lugar durante las tardes de invierno con ambos picos bañados por los últimos rayos de sol debe ser mágico. La luz que yo me encontré, luz de mediodía, otorgaba al paisaje una caracter bien distinto, y las fotos que hice las tomé pensando en el B&N.

No desaproveché, sin embargo la ocasión de retratar paisajes íntimos, siempre atento a cualquier detalle y juego de luces y sombras que un paisaje nevado es único en ofrecer.

Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM,
Polarizador, 1/180@f/9,5 ISO 100, 105mm

Una tarde plomiza no me dio opcion al atardecer y durante la noche (última antes mi regreso) una débil nevada vistió con un suave manto blanco toda la vegetación del lugar acrecentando, aún más si cabe, la belleza del entorno. Amaneció con algunos claros pero las luces del amanecer, sin embargo, no fueron todo lo llamativas que hubiera deseado.

Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM,
Polarizador, trípode 0,3@f/16, ISO 100, 105mm


El paisaje que me encontré ya de regreso era de esos que por más que lo intentas no logras capturar ni un mínimo atisbo de lo que perciben tus sentidos. Un valle con la nieve reciente aún sobre las copas de los arboles se abría ante mi, pero el sol del mediodía creaba tal contraste que ninguna de las fotos que tomaba le hacía justicia, por más que lo intentaba. Aún así no me resistí a hacer las paradas que consideré necesario, sin prisas, respirando cualquier atisbo de inspiración que el lugar puediera ofrecerme hasta que finalmente el coche, que dos días atrás había dejado al borde de la carretera, se apareció ante mi.