domingo, 5 de julio de 2015

Circular por los ibones de Batisielles y Perramó

Reconozco que desde hace algún tiempo estoy algo saturado y mi nivel de participación en foros de fotografía ha caído drásticamente desde entonces, mucha imitación y poca originalidad es lo habitual hoy en día pero ya pienso que con tanta gente haciendo fotos es difícil que sea de otra manera.

No obstante a pesar de este hartazgo visual mis ganas y mi sed de aventura siguen ahí, dándome guerra. Esa rata de la que hablaba Galen Rowell es la que cada año hace que me escape a los Pirineos cargado con todo el equipo fotográfico y demás enseres para pasar dos días enteros rodeado de montañas y lagos siempre sorprendiéndome por las luces del amanecer y atardecer. Buscando fotografiar paisajes nuevos, casi vírgenes a los ojos de los fotógrafos, pero que son un regalo para aquellos que están dispuestos a sudar un poco y a buscar una visión personal y propia de lo que le rodea, sin imitaciones, sin la urgencia de traerse el "fotón" con el que presumir e ingenuamente sentirse superior a otros. Sólo saciando la sed de aventura y buscando la oxigenación mental que unos días en la montaña, alejado de todo, puede dar.

En esta ocasión el reto era mayor que en anteriores salidas. Los ibones de Batisielles y Perramó, en el parque natural Posets-Maladeta, eran nuestro destino pero para acceder a ellos había que superar más de 1000 m y cargado con 15 kg no iba a ser tarea sencilla. Además, la ola de calor reinante y mi falta de forma física tampoco iban a ayudar precisamente.


A las tres de la tarde comenzamos, mi amigo Patrick y yo, a andar subiendo por la pista que conduce al refugio de Estós con ganas e ilusión buscando todo atisbo de sombra que íbamos encontrando por el camino. Tras salvar un cómodo desnivel de 200 m en una hora nos desviamos del camino principal por un angosto sendero y comenzamos la fuerte subida hasta el bonito ibonet de Batisielles. Lo que tenía de empinada esa subida se compensaba por la sombra que proporcionaba la espesura del bosque. Íbamos francamente cómodos aunque el volumen de nuestras mochilas no dejaba indiferentes a los escasos excursionistas con los que nos íbamos cruzando.

La llegada al ibonet me trajo bonitos recuerdos de una mañana de invierno en el que de la mano de mi amigo Roberto Carlos conocí esta misma laguna en unas condiciones bien diferentes.

Canon EOS 20D, Canon EF-S 10-22 f3,5 - 4,5 USM,
Degradado Neutro -2 Soft, Degradado Neutro -3 Soft, trípode
Fue ese un fin de semana muy especial en el que coincidimos buenos amigos y excelentes fotógrafos: Roberto Carlos, Saúl Santos y Jep Flaqué entre otros.

En esta ocasión no saqué la cámara pues no iba a hacer justicia al lugar y además las moscas y mosquitos reinantes suponían un verdadero calvario. Tras unos breves minutos de descanso tomamos el camino hacia el Gran ibón de Batisielles (2.250 m) siguiendo las marcas rojas y blancas del GR. Nos esperaban 400 m de constante subida con las moscas y mosquitos como única y permanente compañía, una compañía que apenas nos dejaba disfrutar de breves minutos de descanso. Llegados al ibón las vistas de los perfiles montañosos no nos sedujeron del todo. Eso, unido a la falta de un buen lugar para acampar, por lo húmedo del terreno, terminaron por hacernos decidir continuar hasta el siguiente ibón (ibón de l'Aigüeta de Batisielles, 2.330 m) donde el perfil imponente de las agujas de Perramó era por sí solo suficiente motivo para explotar fotográficamente la zona. Eran pasadas las ocho de la tarde cuando estuvimos por fin asentados y pudimos explorar el entorno, momento en el cual aproveché a inmortalizar el juego danzante de luces y sombras de los últimos rayos de sol sobre las grandes moles de roca de las Tucas d'Ixeia (2.837 m) con los contrafuertes de las agujas de Perramó en primer termino.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
1/4s @ f/22 ISO 100
Bajo el balcón privilegiado en el que íbamos a pasar la noche pude ver a lo lejos, entre los árboles, casi por casualidad, una zona verde surcada por meandros plateados. No lo dudé un segundo y mientras Patrick se quedaba fotografiando las Agujas de Perramó junto a su tienda, decidí bajar a explorar la zona aprovechando los últimos minutos de luz que quedaban. No me equivoqué, curvas de aguas mansas avanzaban sinuosamente entre rododendros y alfombras de fina hierba a los pies de la colosal cara sur de las agujas de Perramó. Por la orientación del sol al amanecer en verano era un enclave ideal para recibir los primeros rayos del día sobre las agujas. Dicho y hecho a la mañana siguiente bajamos sin dudarlo y a pesar de recibirnos un cielo raso la magia del entorno nos mantuvo ocupados más de dos horas cámaras y trípodes en ristre.

Poco antes de que los primeros rayos de sol asomaran ya tenía el encuadre elegido situando el reflejo de las agujas estratégicamente entre los salientes de hierba.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM, degradado neutro -2 hard
polarizador, trípode, 6s @ f/20 ISO 100
Como colocado adrede, un fotogénico pino se recortaba solitario, cual bonsai japones, contra las moles de piedra de las las Tucas d'Ixeia. Imposible no dedicarle unos minutos, más aún cuando los primeros rayos de sol ensalzaban su figura.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM, degradado neutro -2 hard
polarizador, trípode, 1,3s @ f/20 ISO 100
No perdí tampoco la ocasión para inmortalizar los colores llamativos de los rododendros sobre las formas retorcidas de los pinos centenarios que yacían muertos por no se sabe cuanto tiempo.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 2,5s @ f/22 ISO 100
Ya de regreso no quise perder la oportunidad de intentar fotografiar la cascada con la que me topé la tarde anterior. A pesar de la dura luz que se colaba entre las ramas de los árboles y a lo avanzado de la mañana, la manera en que el agua caía y se extendía por las rocas era del todo seductora.
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 1/8s @ f/22 ISO 100
Tras un agradable desayuno, donde Patrick y yo no eramos los únicos que disfrutan de los primeros bocados del día, nos pusimos en marcha. Por suerte, nuestros amigos los mosquitos nos abandonarían poco después de iniciar el recorrido del segundo día que nos llevaría a rodear las agujas de Perramó por su cara norte para descender hasta las inmediaciones del ibón de su mismo nombre. Era este un día para disfrutar, sin prisas, con todas las paradas que nos pidiera el cuerpo. Las vistas y luminosidad del día, nos invitaba saborear cada aroma, cada brizna de aire que refrescara nuestro cuerpo. Tras poco más de una hora de caminata nuestro lugar de destino se reveló ante nuestros ojos y no pudimos por menos que maravillarnos.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, 1/250s @ f/8 ISO 100
En poco más de una hora teníamos los pies en remojo en uno de los pequeños ibones de la zona disfrutando de un más que merecido tentempié y posterior descanso. 

Bastantes horas antes de la puesta de sol comenzamos buscar encuadres en los pequeños ibones que nos rodeaban. A pesar del espejo de sus aguas cristalinas me costó encontrar encuadres que me satisficieran. Para mi desesperación, lo que veía por el visor poco tenía que ver con lo que capturaba el sensor de la cámara. Ya fuera por el escaso rango dinámico, ya fuera por la imposibilidad para registrar los colores que veían mis ojos, mi desesperación iba en aumento. Decidí apostar por una toma clásica pero efectista, sin grandes proezas compositivas pero que de una manera u otra me seducía.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 0,3s @ f/18 ISO 100
No contento del todo con ello seguí exprimiéndome la cabeza sin tirar la toalla, apostando esta vez por una toma más arriesgada donde reflejo y transparencias se unían en una simbiosis especial.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
2,5s @ f/22 ISO 100
De vuelta al punto de acampada, ya con el sol oculto, los colores vivos de los rododendros y el verde casi fosforescente de las hojas me impidieron pasar de largo.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 
8s @ f/20 ISO 100
La siguiente mañana nos recibió de nuevo con cielos limpios y ausencia total de viento. Me dejé casi caer del saco a la orilla del lago donde las primeras luces ya incidían sobre el perfil montañoso de todo el circo glaciar que nos rodeaba. Sin mucho tiempo para composiciones arriesgadas, pues la luz iba perdiendo su magia a ritmos agigantados, jugué con una composición sencilla donde las simetrías y colores complementarios eran los protagonistas.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 4s @ f/20 ISO 100
Ese día nos esperaba descender los más de 1.000 m que habíamos subido el primer día siguiendo un recorrido de una belleza que será difícil que olvide en mucho tiempo. El Perdiguero con su más de 3.000 m era testigo de nuestra travesía donde el rumor de las aguas precipitándose cientos de metros más abajo se mezclaba con las vistas de los colores turquesa del ibón de Escarpinosa a lo lejos, bajo nuestros pies, escondido entre la espesura del bosque. 


Un año más los Pirineos no nos han defraudado, con sus colores, aromas y picos nevados y la autentica sensación de libertad que uno respira cuando camina y duerme por sus paisajes. No sé si mis fotografías transmitirán algo de lo vivido esos días pero yo me he vuelto con una gran sonrisa en el corazón y con fuerzas renovadas pensando ya en mi próxima visita.