jueves, 17 de diciembre de 2015

¡Feliz Navidad!

Como cada año os felicito las navidades deseando que el próximo año venga cargado de estupendos momentos, buenas luces y magníficas experiencias.

martes, 1 de septiembre de 2015

Paisajes de Escocia

Retomo el blog con algunas fotos de este verano.

Hacía mucho tiempo que quería visitar Escocia así que las Highlands Escocesas han sido el destino de las vacaciones familiares de este año. A pesar de ser un viaje donde el tiempo en familia y las fotos familiares iban a primar por encima de todo, decidí llevarme la réflex y el trípode para inmortalizar aquellas escenas que largamente deseaba contemplar con mis propios ojos.

The Quiraing, Isla de Skye
Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
Kilt Rock, Isla de Skye
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, trípode
Old Man of Storr, Isla Skye
Canon EOS 5D Mark II, EF24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
Loch Achtriochtan, Glen Coe
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, densidad neutra -6, polarizador, trípode
En general no ha habido amaneceres ni luces crepusculares puesto que el cuerpo no me pedía levantarme a horas intempestivas (en verano en Escocia amanece sobre las 5 de la mañana). Además si algo hay en Escocia, y en este viaje no ha sido una excepción, es la lluvia, y si hay lluvia hay nubes. Así que si hay un protagonista presente en casi todas las fotos de este viaje han sido las nubes, unas nubes que por el dramatismo y carácter que imprimen constituyen una parte importante de cada foto.

Glen Coe
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, trípode
Buachaille Etive Mor
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, trípode
Como digo, ha sido un viaje familiar, lo que limita bastante a la hora de buscar composiciones personales y poco trilladas, así que, como tampoco era cuestión de estresarse con esto de la fotografía, decidí, en la mayoría de las ocasiones, fotografiar aquello que tenía en mente, la mayoría de las veces prestando más atención a los niños que correteaban a mi alrededor, que a lo que veía por el visor. Aunque no fueron muchas también se me presentaron ocasiones de inmortalizar escenas que no tenía previstas, donde, de nuevo, sucumbí al encanto seductor de las nubes de Escocia.

Costa de Skye
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, degradado neutro -2 hard, trípode
Stormy Cuillin, Elgol, Isla de Skye
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, trípode
Glen Coe
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L USM, polarizador, trípode
Si estáis pensando en hacer algún viaje a Escocia podéis preguntarme sin problemas y os responderé en la medida de mis posibilidades.

domingo, 5 de julio de 2015

Circular por los ibones de Batisielles y Perramó

Reconozco que desde hace algún tiempo estoy algo saturado y mi nivel de participación en foros de fotografía ha caído drásticamente desde entonces, mucha imitación y poca originalidad es lo habitual hoy en día pero ya pienso que con tanta gente haciendo fotos es difícil que sea de otra manera.

No obstante a pesar de este hartazgo visual mis ganas y mi sed de aventura siguen ahí, dándome guerra. Esa rata de la que hablaba Galen Rowell es la que cada año hace que me escape a los Pirineos cargado con todo el equipo fotográfico y demás enseres para pasar dos días enteros rodeado de montañas y lagos siempre sorprendiéndome por las luces del amanecer y atardecer. Buscando fotografiar paisajes nuevos, casi vírgenes a los ojos de los fotógrafos, pero que son un regalo para aquellos que están dispuestos a sudar un poco y a buscar una visión personal y propia de lo que le rodea, sin imitaciones, sin la urgencia de traerse el "fotón" con el que presumir e ingenuamente sentirse superior a otros. Sólo saciando la sed de aventura y buscando la oxigenación mental que unos días en la montaña, alejado de todo, puede dar.

En esta ocasión el reto era mayor que en anteriores salidas. Los ibones de Batisielles y Perramó, en el parque natural Posets-Maladeta, eran nuestro destino pero para acceder a ellos había que superar más de 1000 m y cargado con 15 kg no iba a ser tarea sencilla. Además, la ola de calor reinante y mi falta de forma física tampoco iban a ayudar precisamente.


A las tres de la tarde comenzamos, mi amigo Patrick y yo, a andar subiendo por la pista que conduce al refugio de Estós con ganas e ilusión buscando todo atisbo de sombra que íbamos encontrando por el camino. Tras salvar un cómodo desnivel de 200 m en una hora nos desviamos del camino principal por un angosto sendero y comenzamos la fuerte subida hasta el bonito ibonet de Batisielles. Lo que tenía de empinada esa subida se compensaba por la sombra que proporcionaba la espesura del bosque. Íbamos francamente cómodos aunque el volumen de nuestras mochilas no dejaba indiferentes a los escasos excursionistas con los que nos íbamos cruzando.

La llegada al ibonet me trajo bonitos recuerdos de una mañana de invierno en el que de la mano de mi amigo Roberto Carlos conocí esta misma laguna en unas condiciones bien diferentes.

Canon EOS 20D, Canon EF-S 10-22 f3,5 - 4,5 USM,
Degradado Neutro -2 Soft, Degradado Neutro -3 Soft, trípode
Fue ese un fin de semana muy especial en el que coincidimos buenos amigos y excelentes fotógrafos: Roberto Carlos, Saúl Santos y Jep Flaqué entre otros.

En esta ocasión no saqué la cámara pues no iba a hacer justicia al lugar y además las moscas y mosquitos reinantes suponían un verdadero calvario. Tras unos breves minutos de descanso tomamos el camino hacia el Gran ibón de Batisielles (2.250 m) siguiendo las marcas rojas y blancas del GR. Nos esperaban 400 m de constante subida con las moscas y mosquitos como única y permanente compañía, una compañía que apenas nos dejaba disfrutar de breves minutos de descanso. Llegados al ibón las vistas de los perfiles montañosos no nos sedujeron del todo. Eso, unido a la falta de un buen lugar para acampar, por lo húmedo del terreno, terminaron por hacernos decidir continuar hasta el siguiente ibón (ibón de l'Aigüeta de Batisielles, 2.330 m) donde el perfil imponente de las agujas de Perramó era por sí solo suficiente motivo para explotar fotográficamente la zona. Eran pasadas las ocho de la tarde cuando estuvimos por fin asentados y pudimos explorar el entorno, momento en el cual aproveché a inmortalizar el juego danzante de luces y sombras de los últimos rayos de sol sobre las grandes moles de roca de las Tucas d'Ixeia (2.837 m) con los contrafuertes de las agujas de Perramó en primer termino.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
1/4s @ f/22 ISO 100
Bajo el balcón privilegiado en el que íbamos a pasar la noche pude ver a lo lejos, entre los árboles, casi por casualidad, una zona verde surcada por meandros plateados. No lo dudé un segundo y mientras Patrick se quedaba fotografiando las Agujas de Perramó junto a su tienda, decidí bajar a explorar la zona aprovechando los últimos minutos de luz que quedaban. No me equivoqué, curvas de aguas mansas avanzaban sinuosamente entre rododendros y alfombras de fina hierba a los pies de la colosal cara sur de las agujas de Perramó. Por la orientación del sol al amanecer en verano era un enclave ideal para recibir los primeros rayos del día sobre las agujas. Dicho y hecho a la mañana siguiente bajamos sin dudarlo y a pesar de recibirnos un cielo raso la magia del entorno nos mantuvo ocupados más de dos horas cámaras y trípodes en ristre.

Poco antes de que los primeros rayos de sol asomaran ya tenía el encuadre elegido situando el reflejo de las agujas estratégicamente entre los salientes de hierba.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM, degradado neutro -2 hard
polarizador, trípode, 6s @ f/20 ISO 100
Como colocado adrede, un fotogénico pino se recortaba solitario, cual bonsai japones, contra las moles de piedra de las las Tucas d'Ixeia. Imposible no dedicarle unos minutos, más aún cuando los primeros rayos de sol ensalzaban su figura.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM, degradado neutro -2 hard
polarizador, trípode, 1,3s @ f/20 ISO 100
No perdí tampoco la ocasión para inmortalizar los colores llamativos de los rododendros sobre las formas retorcidas de los pinos centenarios que yacían muertos por no se sabe cuanto tiempo.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 2,5s @ f/22 ISO 100
Ya de regreso no quise perder la oportunidad de intentar fotografiar la cascada con la que me topé la tarde anterior. A pesar de la dura luz que se colaba entre las ramas de los árboles y a lo avanzado de la mañana, la manera en que el agua caía y se extendía por las rocas era del todo seductora.
Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 1/8s @ f/22 ISO 100
Tras un agradable desayuno, donde Patrick y yo no eramos los únicos que disfrutan de los primeros bocados del día, nos pusimos en marcha. Por suerte, nuestros amigos los mosquitos nos abandonarían poco después de iniciar el recorrido del segundo día que nos llevaría a rodear las agujas de Perramó por su cara norte para descender hasta las inmediaciones del ibón de su mismo nombre. Era este un día para disfrutar, sin prisas, con todas las paradas que nos pidiera el cuerpo. Las vistas y luminosidad del día, nos invitaba saborear cada aroma, cada brizna de aire que refrescara nuestro cuerpo. Tras poco más de una hora de caminata nuestro lugar de destino se reveló ante nuestros ojos y no pudimos por menos que maravillarnos.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, 1/250s @ f/8 ISO 100
En poco más de una hora teníamos los pies en remojo en uno de los pequeños ibones de la zona disfrutando de un más que merecido tentempié y posterior descanso. 

Bastantes horas antes de la puesta de sol comenzamos buscar encuadres en los pequeños ibones que nos rodeaban. A pesar del espejo de sus aguas cristalinas me costó encontrar encuadres que me satisficieran. Para mi desesperación, lo que veía por el visor poco tenía que ver con lo que capturaba el sensor de la cámara. Ya fuera por el escaso rango dinámico, ya fuera por la imposibilidad para registrar los colores que veían mis ojos, mi desesperación iba en aumento. Decidí apostar por una toma clásica pero efectista, sin grandes proezas compositivas pero que de una manera u otra me seducía.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 0,3s @ f/18 ISO 100
No contento del todo con ello seguí exprimiéndome la cabeza sin tirar la toalla, apostando esta vez por una toma más arriesgada donde reflejo y transparencias se unían en una simbiosis especial.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM, polarizador, trípode
2,5s @ f/22 ISO 100
De vuelta al punto de acampada, ya con el sol oculto, los colores vivos de los rododendros y el verde casi fosforescente de las hojas me impidieron pasar de largo.

Canon EOS 5D Mark II, EF 24-105mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 
8s @ f/20 ISO 100
La siguiente mañana nos recibió de nuevo con cielos limpios y ausencia total de viento. Me dejé casi caer del saco a la orilla del lago donde las primeras luces ya incidían sobre el perfil montañoso de todo el circo glaciar que nos rodeaba. Sin mucho tiempo para composiciones arriesgadas, pues la luz iba perdiendo su magia a ritmos agigantados, jugué con una composición sencilla donde las simetrías y colores complementarios eran los protagonistas.

Canon EOS 5D Mark II, EF 17-40mm f/4L IS USM,
polarizador, trípode, 4s @ f/20 ISO 100
Ese día nos esperaba descender los más de 1.000 m que habíamos subido el primer día siguiendo un recorrido de una belleza que será difícil que olvide en mucho tiempo. El Perdiguero con su más de 3.000 m era testigo de nuestra travesía donde el rumor de las aguas precipitándose cientos de metros más abajo se mezclaba con las vistas de los colores turquesa del ibón de Escarpinosa a lo lejos, bajo nuestros pies, escondido entre la espesura del bosque. 


Un año más los Pirineos no nos han defraudado, con sus colores, aromas y picos nevados y la autentica sensación de libertad que uno respira cuando camina y duerme por sus paisajes. No sé si mis fotografías transmitirán algo de lo vivido esos días pero yo me he vuelto con una gran sonrisa en el corazón y con fuerzas renovadas pensando ya en mi próxima visita.

miércoles, 8 de abril de 2015

Atardecer en Famara

No soy muy dado a incluir la figura humana en mis fotografías de paisaje, pero en esta ocasión creo que su inclusión funciona bastante bien. La foto está tomada en la playa de Famara en Lanzarote durante un atardecer esta pasada Semana Santa.

Mi hijo de 8 años cada vez le está cogiendo más el gusto a la fotografía y en esta ocasión, él equipado con una compacta y un pequeño trípode y yo con mi equipo habitual, réflex y trípode, nos acercamos a la orilla una hora antes del atardecer con el fin de buscar motivos y encuadres para cuando el Risco de Famara, al fondo, se tiñera de rojo con las últimas luces del día. Yo me aposté frente a unas rocas que pensé podían constituir un buen motivo. Mientras tanto, mi hijo no dejaba de fotografiar todo aquello que le llamaba la atención. Una mezcla de envidia y alegría me invadía. Alegría porque veía como el gusanillo de la fotografía le había picado. Envidia, porque disparaba sin complejos, sin prejuicios, en el que cada click era un descubrimiento personal.

Cuando el sol empezaba a acariciar el horizonte, y después de haber realizado unas cuantas tomas con el encuadre elegido, pensando ya en rematar la sesión, le pedí a mi hijo que se colocará en cierto lugar de la playa. La inclusión de la figura humana en este caso ayuda a recorrer la imagen de una manera más efectiva conectado el primer plano y el fondo. Es bien sabido que el número tres otorga a las fotografías un atractivo que no tienen ni el 2 ni el 4. En este caso, la figura humana supone la inclusión de ese tercer elemento, que confiere a la vez equilibrio y dinámismo.

domingo, 25 de enero de 2015

"Conjunción astral" en Siete Picos

Aprovechando una conjunción astral, lo que en mi caso significa poder conciliar la fotografía con la vida familiar y con condiciones meteorológicas óptimas, me tiré de la cama (como quien se tira a una piscina) el sábado pasado a eso de las 5:30 de la mañana. He reconocer que cada día me cuesta más madrugar y sólo disfruto de veras de ello estando en la montaña dentro de mi saco. Esta vez no era el caso y el calor y comodidad de mi cama me lo ponían verdaderamente complicado. Una vez hecho lo más difícil de todo el proceso por el que hay que pasar para conseguir una buena foto, es decir, llevar mi tronco de la posición horizontal a la vertical, ya todo fue casi coser y cantar, y digo casi.

A las 7:00 aparcaba en el puerto de Navacerrada, con sólo dos vehículos haciéndome compañía. Cada día es más raro que se den varios días de nieve seguidos por un día soleado con frío y que éste coincida en fin de semana, así que era obligado lanzarse a la aventura aunque fuera sin nada en mente más allá de lo que ya conocía del lugar que pensaba visitar: la pradera que se extiende antes iniciar la subida a Siete Picos, en mi querida sierra de Guadarrama. Este lugar, como ya he comentado en entradas anteriores, es óptimo para capturar una estrella solar, pero sólo es posible durante el invierno, ya que durante el resto del año el sol queda oculto tras La Maliciosa.

Comencé a andar a la luz de la frontal haciendo uso de raquetas ya desde el primer momento. Si por lo menos volvía con las manos vacías (léase tarjeta vacía) me llevaría a casa el disfrute de una ruta con raquetas sobre nieve en polvo recién caída siendo testigo de las primeras luces del día. En eso pensaba para mis adentros mientras miraba el reloj y me abría paso sobre la nieve mientras la oscuridad y los espíritus susurrantes del bosque eran mi única compañía.

Fue complicado, a pesar de conocerme el sitio, encontrar el camino por la gran cantidad de nieve caída, tanto que me pasé sin darme cuenta el desvío deseado. El camino no me resultaba del todo familiar y cuando quise darme cuenta de donde estaba tuve que atajar por una ladera para encontrar finalmente el camino que tenía que haber tomado desde el principio pero en dirección de vuelta. Llegué al sitio deseado muy justo de tiempo para buscar y trabajar una composición, hacía un frío infernal y las ráfagas de viento barrían la nieve en polvo aquí y allá. Se juntaban el disfrute, por ser el único testigo de un paisaje irreal y maravilloso a los ojos, con la incomodidad y dolor del frío penetrando hacía mis extremidades como flechas afiladas.

No disponía de mucho tiempo. Tras de mi la luz rosada ya bañaba la ladera de la montaña. No dejaban de llamarme la atención las formas heladas de piorno que a duras penas asomaban en la nieve y decidí que podrían constituir un buen primer plano. Dicho y hecho, en pocos minutos me aposté cerca de uno que creí suficientemente fotogénico y al instante los primeros rayos de sol empezaron a asomar. No era una situación para polarizadores o filtros degradados neutros, pues quería evitar al máximo todo flare indeseado. Tras varias decenas de tomas, algunas de ellas tapando el sol con el dedo, ya tenía material para lo que pensaba podría ser una foto llamativa de aquella mañana.



El viento seguía barriendo la nieve a mi alrededor y en la distancia se podían ver cortinas de nieve en polvo saltando al vacío iluminadas por un sol a contraluz, todo un espectáculo que no fui capaz de inmortalizar como me hubiera gustado. Sobre las 10:00 se empezaron a ver los primeros excursionistas y con más frío en el cuerpo del que me hubiera gustado decidí que era buen momento para regresar. La luz ya había perdido esa calidez que la hacía tan fotogénica y especial y un suave velo de nubes reducía sobremanera su contraste restando fuerza al blanco paisaje. Cuando llegue al coche éste marcaba -5ºC al sol, quiero pensar que arriba seguramente habría estado a unos -15ºC de sensación térmica. Ya en el coche, bajando el puerto me cruzaba con una fila interminable de coches parados que intentaban llegar como buenamente podían a su ansiado destino sin ser conscientes del "lleno" monumental que les esperaba. A veces me pregunto si la especie humana es tan inteligente como nos creemos.