jueves, 5 de mayo de 2011

Fin de taller en Costa Quebrada

Tras pasar un intenso fin de semana en compañía de los alumnos del taller organizado en Cantabria en la ya popular zona conocida como Costa Quebrada y aprovechando que el lunes era fiesta en Madrid decidí quedarme un día más para ver si podía sacar provecho en solitario al lugar que hace un par de años me enamoró.

Los días que dedico al taller a penas cojo la cámara más allá de para hacer alguna demostración práctica a los asistentes. Entre las horas de campo con sus madrugones y las charlas teóricas, sobre composición o sobre herramientas varias que utilizo para preparar mis salidas realmente quedé agotado, pero satisfecho al ver que el taller había cubierto las expectativas de los asistentes a pesar de que el tiempo jugó más en nuestra contra que a favor. El domingo a mediodía, después de una reposada comida me despedí de Daniel y su familia, compañero al que le debo la oportunidad de poder estar impartiendo estos talleres. El pronóstico del tiempo para esa tarde, con cielos muy cubiertos y lluvias ocasionales, no era mucho mejor que el de días anteriores. Eso hizo que los indecisos terminaran por abandonar el lugar. Así que esa tarde de domingo me encontraba sólo en el hotel.


No sé donde leí o escuché que las preocupaciones no son buenas aliadas del fotógrafo creativo, y esa tarde no andaba escaso de ellas. Al regresar de la playa de Arnía en la sesión de mañana había pinchado y siendo fiesta el lunes en Cantabria no tenía muy claro las posibilidades de llegar a casa a una hora prudencial al tener que buscar taller y cambiar la rueda (precisamente de unas medidas poco usuales) durante la mañana del lunes.


Me dije a mi mismo que por mucho que le diera vueltas a la cabeza no iba a solucionar nada en esos momentos. En mi interior necesitaba evadirme de todo y entrar en comunión con el paisaje, un paisaje, el de Costa Quebrada que te sobrecoge y te llena de admiración.


Sobre las cinco de la tarde ya recorría la zona con vistas a los monolitos de piedra abatidos por el implacable mar. El cielo cubierto y el sol a duras penas tratando de abrirse paso. Comentamos entre los asistentes al taller como de unos años a esta parte esta estrecha zona del litoral cantábrico se ha popularizado tanto entre los fotógrafos que ha sido literalmente ametrallada por la cámaras de fotos. Es difícil, prácticamente imposible volverse a casa con una toma, un encuadre o un momento, que ya no haya sido inmortalizado por otro fotógrafo. Cuando daba con un encuadre que me recordaba a alguno ya visto las ganas de apretar el disparador se desvanecían. Me resistía a pensar que no hubiera posibilidades de hacer algo que no hubiera visto.


Entre paseos y paradas dí con una distribución de elementos que me pareció agradable a la par que original. El cielo en esos instantes presentaba unas formas y texturas que no había visto en todo el fin de semana. El color verde rabioso de la hierba era todo un espectáculo a lo largo y ancho de toda la zona. Sabía, desde que el vienes por la tarde me había acercado a inspeccionar la zona, que las flores, no abundantes, pero sí suficientes, tenían que convertirse en protagonistas de mis fotos, si alguna caía, claro. Así pues una vez el centro floral unido a la roca atrapó mis sentidos y comprobado que lograba distribuir los elementos de la escena tal y como quería (había que ajustar el milímetro para no meter elementos indeseados en el encuadre) todo fue cuestión de pasar largos minutos repitiendo el mismo encuadre con diferentes variaciones: exposiciones cortas, de muchos segundos, diferentes filtros, diferentes estelas de espuma, distintos juegos de nubes. Ni una foto era igual que la anterior. Soy de la opinión que una vez que encuentras algo que vale la pena hay que exprimirlo al máximo y que el ansia de hacer nuevas fotos de otros motivos aún por descubrir no nos arrastre del lugar donde tenemos asentado el trípode.


Canon EOS 5D Mark II, EF17-40mm f/4L USM,
degradado neutro inverso -3, polarizador, trípode
0.25s @ f/19 ISO 100

Contento con lo que veía en el LCD y una vez el cielo se cerró para no dejar ver más el sol, seguí andando despacio, muy despacio, tratando de captar cualquier chispa de belleza y originalidad que pudiera pasar desapercibida. La tarde iba llegando a su fin y nada parecía vislumbrar el más mínimo atisbo de color en dirección al sol, totalmente oculto por una densa masa nubosa. Decidí pues encaminarme hacia la zona de acantilados justo al borde de la plataforma de abrasión de Arnía, parándome cada pocos metros. La tarde del viernes había visto unas flores cuya disposición se me hacía muy agradable y a poco que las incluyera de manera fotogénica en el encuadre podría acabar con una foto maja y original.


En el límite mismo de una caída de varias decenas de metros trataba de colocar la cámara donde quería dando el protagonismo que se merecían a las delicadas flores. De nuevo los milímetros jugaban un papel decisivo. Por suerte el viento no quiso acompañarme aquella tarde y pude hacer fotos de treinta segundos totalmente despreocupado. El cielo, a excepción de una tenue mancha rosada, no daba mucho juego y había que conformarse con lo que había.


Canon EOS 5D Mark II, EF17-40mm f/4L USM,
degradado Neutro -2 Hard, polarizador, trípode

30s @ f/19 ISO 200

Quizás sea una tontería pero en la época del HDR y del Photoshop, me sigue llenando de satisfacción poder conseguir fotos jugando únicamente con los filtros. En el caso de los degradados neutros no se trata ya tanto saber colocarlos como de saber jugar con ellos, y tener claro qué movimiento darles para “pintar” con ellos la foto. En el siguiente vídeo podéis ver el movimiento que imprimí al degradado. Mi intención era dar más peso al cielo y algo a la zona de las olas. De haber dejado el filtro fijo en un soporte el efecto del filtro hubiera sido totalmente perceptible.





Quiero una vez más recalcar un par de temas porque parecen cada día estar más extendidos. Existe cada vez más la idea de utilizar Photoshop para “arreglar” lo que no hemos sabido/querido solucionar en el campo. ¿Por qué dedicar media hora a afinar un encuadre cuando con PS puedo clonar/recortar lo que no nos cuadra? Tengo dos respuestas. La primera es porque me divierten esos momentos de concentración con la escena que veo, donde las prisas desaparecen. No tengo nada mejor que hacer que afinar al máximo todos los detalles de la foto. La segunda respuesta tiene que ver con perseguir la excelencia. Volvamos a casa con la mejor foto que podamos hacer.


Photoshop no debería ser un software para arreglar desastres, sino para afinar y potenciar las sensaciones que ya de por si despide la foto que hemos tomado. Hay quien se vanagloria de no procesar a penas sus fotos, porque no es necesario, dicen y yo digo que uno procesa más sus fotos no en la medida de lo que necesita arreglar sino en la medida de la sensibilidad artística que uno lleva dentro.


En un próximo post contaré los pormenores del taller con algunos vídeos curiosos.


Hasta la próxima.