Desde hace un tiempo a esta parte resulta casi alarmante, para cualquier asiduo a foros o concursos de fotografía, el gran número de imágenes prácticamente calcos unas de otras. Enclaves que hace unos años eran casi desconocidos hoy son objeto de ordas de visitantes cámara en mano que, como en busca del su particular Santo Grial, se dirigen a esos lugares con la esperanza de volverse a casa con una foto con la que quizá ganar un concurso o presumir de gran fotógrafo entre sus amistades.
No hay duda de que hay parajes naturales que cualquier fotógrafo de naturaleza debería poder visitar al menos una vez en la vida y una vez allí, después de haber recorrido cientos o quizás miles de kilómetros ¿cómo volverse a casa sin esa foto del "Gran Cañon del Colorado", o el "Valle de Yosemite"? ningún fotógrafo en su sano juicio desaprovecharía esa ocasión. El problema surge cuando concibes la fotografía como una caza de imágenes que otros ya descubrieron y un buen año, cuando echas un vistazo a tu porfolio te das cuenta de que hay de todo menos frescura y originalidad, que no eres más que un triste imitador. Muchos se conformarán con (e incluso desearán) esta forma de progresar en fotografía donde el coste (de estrujarse las neuronas) - beneficio (social) les es rentable. En mi caso, lo que me motiva, lo que me llena como persona, fotógrafo y amante de la naturaleza es ser descubridor de mis propios paisajes, donde las vivencias entorno a esos descubrimientos no pueden separarse de las fotos obtenidas. Donde volverse a casa con una visión única y personal vale, cómo fotógrafo, más que cualquier imitación del Snake River de Ansel Adams o las dunas de Namibia por citar algunos ejemplos.
¡Qué emocionante es pensar que quizás seas las primera persona que se dedica a inmortalizar la esencia y carácter de un lugar, y por un momento sentirse como los descubridores y aventureros de antaño!
Con ese deseo, el pasado fin de semana, me encaminé al Pirineo francés, junto con mi hermano Carlos y nuestro buen amigo Patrick, con la intención de ver qué podía descubrirnos, un año más, la zona de Neouvielle. Sí, un año más porque, lo que descubrimos el año pasado nos enamoró.
Nuestra intención no era realizar una travesía acumulando kilómetros bajo nuestras botas, sino disfrutar de la fotografía y la montaña de forma equilibrada sin grandes proezas y cansancio el justo. La primera noche la pasaríamos a 1h de los lagos d'Aumar y d'Aubert y la segunda en los lagos de Madamete ya fuera de la reserva natural a 1h30 del primer lago. El domingo tocaría desandar lo andado los dos días anteriores.
Preparando la escapada no pude encontrar muchas fotos de las zonas a visitar para hacerme una idea sus posibilidades, con lo que no iba con ideas preconcebidas. Esta vez me dejaría sorprender por lo que me fuera encontrando insitu.
Pasadas las 18:00 (pues no está permitido antes de esa hora) subimos con nuestro coche desde el parking del lago Orèdon hasta el parking habilitado entre los lagos d'Aumar y d'Aubert sabiendo que podríamos bajar a cualquier hora el domingo.
Sobre las 19:30 acampábamos en las inmediaciones de la laguna Gourg de Rabas (a casi a 2.400 m), balcón sobre el macizo de Neouvielle. Las nubes iban y venían pero no dejaban entrever las cumbres del macizo dando al traste toda opción de buenas luces al atardecer, pues se agolpaban hacia el oeste.
Mientras Patrick y mi hermano Carlos buscan como retratar el valle a nuestros pies con el lago d'Aumar brillando como una joya entre las altas cumbres, yo me me dirigí, rodeando la laguna a su extremo más occidental. Las cumbres apenas asomaban desde esta posición, pero ¿quién quiere montañas si se tiene unas buenas nubes como telón de fondo? La forma de las rocas sumergidas y los reflejos sobre un agua inmóvil me alentaron a sacar la cámara de su funda y poner todos mis sentidos al servicio de la escena que estaba contemplando.
Fue la única foto que hice esa tarde pensando que quizás el amanecer nos diese más oportunidades.
Amaneció despejado por el este y muy cerrado por el oeste, tanto que el collado (a apenas 200 m sobre nuestras cabezas) que teníamos que atravesar durante la jornada no se veía.
Durante la subida a la laguna el día anterior reparamos en unas pequeñas charcas estacionales que seguro ofrecerían buenas vistas y reflejos del macizo de Neouvielle. Ni cortos ni perezosos a las 6:00 de la mañana comenzamos a bajar, casi medio dormidos, el camino que la tarde anterior subimos. En 20 minutos nos plantamos en lo que era un espejo entre formas sinuosas rodeado de una alfombra verde. Me llamó la atención como el perfil de hierba dibujaba una potente forma en 'S'. Colocando los árboles de forma que no quedasen cortados sólo fue cuestión de esperar a que las primeras luces incidiesen en los picos a lo lejos para empezar a disfrutar.
Esa mañana tuvimos que demorar la subida al collado de Madamete (2.509 m) pues una fina y esporádica lluvia hizo acto de presencia reduciendo la visibilidad considerablemente en el collado. A ratos metido en la tienda, a ratos haciendo alguna foto, pues la forma y volumen de las nubes lo pedían a gritos, pasamos parte de la mañana hasta que a mediodía comenzó a clarear y nos pusimos en marcha. En media hora llegamos al collado y una hora mas tarde nos plantábamos en los lagos de Madamete (a 2.299 m) ya fuera de los límites de la Reserva Natural de Neouvielle.
Dedicamos buena parte de la tarde a explorar el entorno en previsión del atardecer y amanecer del día siguiente, pero un manto sospechoso de nubes hacía presagiar que quizás no tuviéramos las luces deseadas esa tarde. Cansado de no parar desde las 6 de la mañana, a media tarde me metí en la tienda a descansar y hacer algo de tiempo. Sobre las 20:00, cuando saqué la cabeza de la tienda la niebla ocultaba los macizos montañosos que nos rodeaban. ¿Qué hacer? no quedaba otra que adaptarse a lo que había en ese momento. Cogí la cámara y comencé a jugar con primeros planos definidos en la orilla de la laguna y fondos medio ocultos por la niebla que cambiaban al segundo. El contraste, sencillez y limpieza de formas me atrapó hasta pasadas las 22:00. Esa tarde hice quizás una de las fotos más inesperadas que podía haber hecho superando a cualquier de las que hice ese fin de semana en estética y carga emocional.
Tras una noche fresquita pero tranquila, sonó la alarma del reloj a las 6:10, revelándoseme un paisaje limpio y sin rastro alguno de nubes. Tendríamos la posibilidad de inmortalizar las tan ansiadas, por los fotógrafos, luces de montaña. En mi interior no me sentía tan eufórico como lo habría estado hace años, no tenía un encuadre estudiado y tampoco tenía claro si conseguiría algo distinto. En ausencia de un primer plano claro (las rocas que encontraba no me parecían lo suficientemente fotogénicas) decidí jugar con la transparencia del fondo y las formas geométricas de sus rocas pues el efecto algo surrealista no me desagradaba.
Tras unas pocas fotos más la luz dejo de tener la magia deseada y dimos por concluida la sesión fotográfica. Tras un agradable desayuno sobre un marco incomparable recogimos y nos pusimos en marcha en dirección al parking, sin prisas pero sin pausas, disfrutando del aire fresco de la montaña, de sus sonidos, de sus olores y con la alegría de haber descubierto e inmortalizado una vez más nuestros propios paisajes.
De izda. a dcha. Carlos, Patrick yyo. |
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