Cada mes de septiembre comienzo a devanarme los sesos pensando en un posible destino para atrapar los colores del otoño. Hay sitios míticos por excelencia como Ordesa o Irati que en esas fechas se ven invadidos por multitudes.
El Valle de Arán también pertenece a esta misma categoría de enclaves, pero esta vez quise dejar a un lado el aspecto negativo de las multitudes y jugármela. A posteriori, tengo que decir, que desde ese punto de vista la experiencia resultó todo un éxito.
A la hora de elegir fechas creo que todos los amantes de la fotografía de naturaleza tenemos claro qué momentos son los más idóneos, aunque una semana de diferencia puede suponer mucho. A pesar de que no fuimos muy desencaminados en la elección de las fechas (del 23 al 26 de octubre), dos días antes de nuestra llegada un temporal había barrido casi todo rastro del colorido otoñal. Los árboles desnudos entristecían el paisaje restándole espectacularidad y colorido. Pero el temporal no trajo únicamente cosas negativas, no. Un manto de nieve vistió las cumbres orientadas al norte. Eso mitigó, en parte, el desanimo que nos invadía a medida que, atravesando los valles, llegábamos a nuestro destino.
El Valle de Arán destaca no sólo por la sinfonía de colores que cada mes de octubre inunda los valles. En sus inmediaciones se dan cita multitud de lagos de montaña rodeados de picos de más de tres mil metros. No podíamos dejar pasar la oportunidad de inmortalizarlos.
Fue esta decisión, tomada durante la planificación del viaje, de no concentrarme durante tres días únicamente en el otoño, la que nos permitió conseguir tomas algo distintas de las que pueden verse durante estas fechas de esta zona del Pirineo y la que, en cierto modo, nos salvo de un otoño ya algo pasado.
La herramienta principal de planificación del viaje fue Google Earth en combinación con Panoramio. El primero me permitió hacerme una composición de lugar de las distintas zonas con posibilidades fotográficas. El segundo, observar el paisaje de primera mano a través de las fotos de otros fotógrafos.

Google Earth nos permite, situándonos a pocos metros de altura sobre el terreno, obtener, no sólo una muy buena aproximación de la orografía que nos va a rodear, sino simular las condiciones de luz, supuesto un día despejado, al amanecer y atardecer en un determinado día del año. De esta forma pude prever con bastante precisión sobre qué cumbres iba a incidir el sol y de qué manera, las primeras y últimas luces del día, y si un determinado lugar era más favorable para el amanecer o el atardecer.

La mañana del primer día decidimos probar suerte con el amanecer en la Artiga de Lin. Se trata éste de un valle orientado al norte por lo que, como punto a favor, tenía que la parte visible de sus cumbres estarían cargadas de nieve. Por contra, la salida del sol pillaría algo a contraluz, aunque esto no nos pilló por sorpresa. Este valle es fundamentalmente conocido por ser el lugar donde resurgen las aguas del Aneto después de hundirse bajo tierra en la cavidad conocida como "Forau de Aigualluts" en el valle vecino del río Ésera. La surgencia de agua, de nombre "Uels deth Joeu", aunque impresionante a simple vista, no me ofreció muchas opciones fotográficas.


Durante la comida, en el cercano pueblo de Vielha, y a la vista de la pocas posibilidades que nos estaba brindando el otoño, propuse a mis compañeros de escapada, Saúl Santos, José Morales y Gemma Delgado, la posibilidad de subir hasta el Estany de Besiberri. Por lo que había indagado días antes en la web, y con Google Earth, era un sitio que se prestaba muy bien para hacer el atardecer, y puesto que el día era soleado, pronostiqué que podríamos tener suerte. Tras veinte minutos en coche y dos horas de caminata salvando un desnivel de algo más de quinientos metros, culm

No había nadie más, sólo nosotros cuatro. Pero no todo eran alegrías, a medida que realizábamos el ascenso el cielo se iba cubriendo por el oeste, lo que impediría que los Besiberri se encendieran con los últimos rayos del sol. A medida que avanzaba la tarde era ya un hecho que la foto que tenía en mente no la iba a poder conseguir esa tarde. No obstante, el lago inmóvil, como pocas veces había visto, el juego de luces y sombras cambiantes sobre las paredes de los Besiberri y las nubes desfilando por sus cumbres, era bastante motivo para mantenernos ocupados durante las horas que restaban de luz.


La noche nos invadió y con las frontales encendidas iniciamos el descenso de vuelta sin más complicaciones y con la satisfacción de haber realizado una buena jornada. El ambiente de compañerismo que reinó durante todo el día fue excelente.
Para el día siguiente teníamos previsto dedicar la mañana al valle de Varradós. Este valle es conocido por su cascada Sauth deth Pish, situada al final de la carretera que recorre el mismo. Pero lo que me atraía de este valle no era tanto la cascada, que sabía no iba a estar en su mejor momento, ya que cuando gana es cuando se la fotografía en pleno auge otoñal. Lo que más me atraía era la vista de todo el macizo del Aneto y Maladeta nevados iluminados por los primeros rayos del sol. En un punto de la carretera, la vista recorre sin obstáculos todo el valle de la Artiga de Lin culminado la mirada en las montañas nevadas. Al menos eso era lo que yo me imaginaba a tenor de lo que había visto en Google Earth y algunas fotos de Panoramio. La realidad no nos defraudó, y de nuevo solos (a excepción de un fotógrafo más, que resultó ser otra cosa), disfrutamos de un magnífico amanecer que incluso nos trajo alguna pequeña nube anclada a los picos.

De las distintas fotos que hice esa mañana desde este fantástico mirador, me quedo con la que veis, resultado de montar tres fotos para formar la panorámica y que técnicamente no supuso ninguna dificultad.



Mi 70-200 se convirtió en el elemento indispensable para atrapar el calidoscopio natural que nos rodeaba. En ocasiones me vi obligado a usar una lente de aproximación (500D) para conseguir mayores aumentos, pero a raíz de la poca profundidad de campo que se maneja en estas circunstancias, incluso con diafragmas muy cerrados, tuve que poner en práctica la técnica del Scheimpflug digital.

El Scheimpflug digital consiste, precisamente en lograr profundidades de campo mayores a través del procesado digital. La idea llevada a la práctica es muy sencilla:

2.- Cargamos cada imagen en Photoshop como una capa distinta y asociamos una máscara a cada capa para ir quedándonos con las zonas enfocadas de cada toma.
Este segundo paso se puede automatizar con programas tipo Helicon Focus. El uso del Liveview, que permite aumentar al 200% lo que se ve en el display en tiempo real, me facilitó mucho la labor a la hora de realizar el enfoque manual en cada zona.
La nota negativa del día la tuvimos cuando descubrimos que ese "supuesto" fotógrafo y amante de la naturaleza, con el que habíamos coincidido al amanecer, era más bien un amante de lo ajeno. A Jose le habían desaparecido unos guantes que había dejado sobre una de las rocas del río. Este personaje se encontraba justo detrás de él. Pero no fue hasta pasado un rato que Jose se dio cuenta. Tras volver sobre sus pasos y no dar con ellos estaba claro lo que había sucedido. Aún así, cómo podía ser, nos preguntábamos el resto del grupo, que alguien de forma tan descarada hubiera cometido tal fechoría y además de una manera tan estúpida, puesto que su coche estaba aún aparcado junto al nuestro. Jose le esperó en el coche hasta que apareció. Sólo tuvo que ponerse serio con él para rápidamente confesar y devolver los guantes que había sustraído. Todos nos quedamos a cuadros. Menos mal que la cosa no acabó mal.
Por la tarde, y en vista de que no había ni una nube en el cielo, decidimos repetir la experiencia de la tarde anterior. A ver si esta vez pillábamos los Besiberri al rojo vivo.


Cuando el frío comenzó a hacer mella en el grupo iniciamos el descenso, que, aunque sin problemas se pudo haber complicado algo más de la cuenta ya que, por descuido, sólo dos de nosotros llevábamos frontal.

El último día para mi, puesto que Saúl, Gemma y Jose, se quedaban un día más, decidimos volver a repetir el amanecer desde el mirador de Varradós. En busca de un encuadre algo distinto a los que no me habían convencido el día anterior llamó mi atención como la carretera conducía la mirada hacia el fondo del valle y las montañas. Apenas pasaban coches (sólo recuerdo haber tenido que quitar el trípode en una ocasión) y tuve tiempo de sobra para buscar diferentes encuadres, y usar diferentes combinaciones de filtros degradados.
A la hora y pico recogimos los bártulos y abandonamos el lugar dispuestos a darnos un buen homenaje en alguna cafetería de algún pueblo cercano. Me resultó curioso que los asistentes de un reconocido taller de fotografía que tiene todos los años cita en el valle de Arán, no madrugaran para asistir a este espectáculo. De hecho no había nadie, sólo mis compañeros y yo. A los asistentes del taller nos los encontramos saliendo del hotel, dispuestos a remontar la carretera del valle como dos más tarde, para su cita anual con la famosa cascada Sauth deth Pish (que no estaba en sus mejores momentos). En fin..., no puedo más que darles las gracias por habernos permitido volver a disfrutar del amanecer en soledad.
La escapada al Valle de Arán había cumplido mis expectativas. Quizás no me traía a casa fotos muy otoñales, pero sí variadas. Tan variadas como las experiencias y sitios que habíamos visitado. El tiempo tampoco fue lo mejor, pero supimos amoldarnos a él, para sacar lo mejor de lo que nos ofreció. La clave de todo ello fue una buena planificación. Ya estoy pensando y planificando mis siguientes escapadas.