miércoles, 4 de diciembre de 2013

El arte de descartar

Se dice que el arte de pintar consiste en ir añadiendo elementos sobre un lienzo en blanco mientras que el arte fotográfico busca precisamente lo contrario, descartar todo aquello de una escena que no contribuye de forma efectiva a transmitir el mensaje del fotógrafo.

Hace tiempo que aprendí el valor que tiene en fotografía saber descartar y no sólo en lo que respecta a los elementos involucrados en una escena. Tan importante es saber simplificar una escena como saber descartar escenas en sí mismas. Cuando uno comienza a hacer fotos todo nos sorprende, pensamos que, simplemente por ese hecho, ya tenemos la mitad de la foto conseguida y que sólo falta encuadrar y disparar. Con el tiempo uno cae en la cuenta de que todo es mucho más complicado. Hay escenas que, pese a dejarnos boquiabiertos, no se prestan bien a ser fotografiadas; con otras, en cambio, sucede totalmente lo contrario, y acabamos  teniendo un mismo tipo de encuadre o motivo varias veces fotografiado en nuestros archivo por lo efectista y cómodo que nos resulta su consecución. Sea cual sea la situación, la mente del fotógrafo funciona a base de descartar primero multitud de escenas y situaciones, para, luego, y una vez da con algo que se presta a ser fotografiado, prescindir de aquellos elementos del encuadre que no contribuyen a la esencia del estimulo a transmitir.

La simplificación y limpieza visual se ha convertido en una de mis máximas desde hace algún tiempo y la búsqueda de escenas no repetidas en mi archivo casi una necesidad para sentir que no me estanco en lo fácil y cómodo.

Hace unos días se me planteó la oportunidad de subir a un lugar de la sierra madrileña que he visitado durante varios inviernos al amanecer. Esta vez quería ver qué podía traerme visitando la zona durante las últimas horas del día aprovenchando la acumulación de nieve que aún se mantenía por las bajas temperaturas. En esta ocasión no iba con ninguna idea preconcebida, quería dejarme sorprender por lo que me encontrase. Quizás uno se vuelve más exigente con el paso del tiempo, o quizás era un día en el que la musa fotográfica no quiso visitarme, sea como fuere estuve más de dos horas recorriendo un paisaje totalmente nevado entre dos lomas montañosas, salpicado de árboles merengados y con una luz que, a medida que el sol iba descenciendo, iba tornándose más y más fotogénica sin conseguir ver un sólo encuadre que me satisficiera. A pesar de todo ello y de no dejar de hundirme en la nieve hasta las rodillas y soportar cortantes ráfagas de viento me sentía afortunado de estar allí.
Con el sol ya puesto, me disponía a gastar mis últimas balas fotográficas antes de emprender el camino de vuelta. Al estudiar uno de los múltiples carámbanos de hielo que, como un colgante de brillantes, pendía de uno de los pinos cercanos al sendero, mis ojos repararon, justo detrás, en un árbol de pose especialmente fotogénica con un blanco que contrastaba con las tonalidades aún anaranjadas del cielo. La luz residual le otorgaba un brillo casi irreal que le aportaba volumen y carácter. No dudé ni un segundo. La foto que no había visto en tres horas de cansado deambular se me presentó como un regalo.

Aprender a descartar y no conformarse con lo primero que se nos presenta, esforzarse por ir más allá de lo evidente o de lo cómodo siempre tiene su recompensa aunque ésta tarde en llegar.

Aprovecho estas últimas líneas para desearos a todos unas muy Felices Fiestas y que el próximo año venga cargado de buenos propósitos cumplidos. Sed felices!