viernes, 14 de noviembre de 2008

Escapada al Valle de Arán

Cada mes de septiembre comienzo a devanarme los sesos pensando en un posible destino para atrapar los colores del otoño. Hay sitios míticos por excelencia como Ordesa o Irati que en esas fechas se ven invadidos por multitudes.

El Valle de Arán también pertenece a esta misma categoría de enclaves, pero esta vez quise dejar a un lado el aspecto negativo de las multitudes y jugármela. A posteriori, tengo que decir, que desde ese punto de vista la experiencia resultó todo un éxito.

A la hora de elegir fechas creo que todos los amantes de la fotografía de naturaleza tenemos claro qué momentos son los más idóneos, aunque una semana de diferencia puede suponer mucho. A pesar de que no fuimos muy desencaminados en la elección de las fechas (del 23 al 26 de octubre), dos días antes de nuestra llegada un temporal había barrido casi todo rastro del colorido otoñal. Los árboles desnudos entristecían el paisaje restándole espectacularidad y colorido. Pero el temporal no trajo únicamente cosas negativas, no. Un manto de nieve vistió las cumbres orientadas al norte. Eso mitigó, en parte, el desanimo que nos invadía a medida que, atravesando los valles, llegábamos a nuestro destino.

El Valle de Arán destaca no sólo por la sinfonía de colores que cada mes de octubre inunda los valles. En sus inmediaciones se dan cita multitud de lagos de montaña rodeados de picos de más de tres mil metros. No podíamos dejar pasar la oportunidad de inmortalizarlos.

Fue esta decisión, tomada durante la planificación del viaje, de no concentrarme durante tres días únicamente en el otoño, la que nos permitió conseguir tomas algo distintas de las que pueden verse durante estas fechas de esta zona del Pirineo y la que, en cierto modo, nos salvo de un otoño ya algo pasado.

La herramienta principal de planificación del viaje fue Google Earth en combinación con Panoramio. El primero me permitió hacerme una composición de lugar de las distintas zonas con posibilidades fotográficas. El segundo, observar el paisaje de primera mano a través de las fotos de otros fotógrafos.


Google Earth nos permite, situándonos a pocos metros de altura sobre el terreno, obtener, no sólo una muy buena aproximación de la orografía que nos va a rodear, sino simular las condiciones de luz, supuesto un día despejado, al amanecer y atardecer en un determinado día del año. De esta forma pude prever con bastante precisión sobre qué cumbres iba a incidir el sol y de qué manera, las primeras y últimas luces del día, y si un determinado lugar era más favorable para el amanecer o el atardecer.

A excepción de una tarde, el resto de los días predominaron los cielos despejados, situación que normalmente dista de la ideal para la fotografía de paisaje.

La mañana del primer día decidimos probar suerte con el amanecer en la Artiga de Lin. Se trata éste de un valle orientado al norte por lo que, como punto a favor, tenía que la parte visible de sus cumbres estarían cargadas de nieve. Por contra, la salida del sol pillaría algo a contraluz, aunque esto no nos pilló por sorpresa. Este valle es fundamentalmente conocido por ser el lugar donde resurgen las aguas del Aneto después de hundirse bajo tierra en la cavidad conocida como "Forau de Aigualluts" en el valle vecino del río Ésera. La surgencia de agua, de nombre "Uels deth Joeu", aunque impresionante a simple vista, no me ofreció muchas opciones fotográficas.

A sabiendas de las posibilidades de este valle por las fotos que había visto, la idea inicial era la de pasar todo el día en él, pero lo que nos encontramos nos causó bastante decepción. El valle estaba seco y el otoño había quedado arruinado por el temporal de días anteriores. Después de fotografiar un amanecer algo insulso por lo despejado del cielo, jugar con las luces y sombras de los primeros rayos de sol sobre las cumbres e inmortalizar algún que otro detalle, tocamos retirada a media mañana.


Durante la comida, en el cercano pueblo de Vielha, y a la vista de la pocas posibilidades que nos estaba brindando el otoño, propuse a mis compañeros de escapada, Saúl Santos, José Morales y Gemma Delgado, la posibilidad de subir hasta el Estany de Besiberri. Por lo que había indagado días antes en la web, y con Google Earth, era un sitio que se prestaba muy bien para hacer el atardecer, y puesto que el día era soleado, pronostiqué que podríamos tener suerte. Tras veinte minutos en coche y dos horas de caminata salvando un desnivel de algo más de quinientos metros, culminamos a las 17:00 h con una vista esplendida del lago con los Besiberri al fondo. La ausencia de viento había transformado en un auténtico espejo el lago y eso nos animó a sacar rápidamente cámara y trípode y empezar a disfrutar de lo lindo. Es este un sitio ideal para hacer vivaq, tanto porque el lago está rodeado de praderas, como porque, por su ubicación, tiene en un extremo los Besiberri de más tres mil metros, ideal para pillarlos al atardecer, y hacia el otro lado todo el macizo que separa el valle de Arán del Valle del río Ésera en la zona de Benasque, flanqueado por el Aneto y Maladeta.

No había nadie más, sólo nosotros cuatro. Pero no todo eran alegrías, a medida que realizábamos el ascenso el cielo se iba cubriendo por el oeste, lo que impediría que los Besiberri se encendieran con los últimos rayos del sol. A medida que avanzaba la tarde era ya un hecho que la foto que tenía en mente no la iba a poder conseguir esa tarde. No obstante, el lago inmóvil, como pocas veces había visto, el juego de luces y sombras cambiantes sobre las paredes de los Besiberri y las nubes desfilando por sus cumbres, era bastante motivo para mantenernos ocupados durante las horas que restaban de luz.

Como aún había algo de tiempo decidimos avanzar por la orilla sur del lago cuando de repente vi una escena que me enamoró. El agua, entre racha y racha de viento se había vuelto a quedar inmóvil, y tanto las montañas del otro lado del valle como las nubes y pinos a la orilla del lago se reflejaban de forma increíble. Pero la foto tenía la dificultad de ser una toma casi a contraluz, por lo que todo rastro de tierra me iba salir perfectamente oscura, cosa que no se correspondía con lo que veían mis ojos. Empecé haciendo varias tomas con exposiciones distintas para más tarde poder fusionarlas con Photoshop, pero vislumbré en mi interior la posibilidad de conseguir la exposición correcta con una sola toma. Para ello necesitaba un filtro degradado que no existe, que me redujese tres pasos de luz por arriba, dos por abajo y ninguno por centro. La solución fue solapar dos filtros, uno boca arriba y otro boca abajo de transición fuerte, dejando una banda transparente por el centro e imprimiendo un suave movimiento a los filtros durante el algo más de segundo y medio que duró la exposición para suavizar las zonas de transición. Y voila!, la toma que vi en el display era una pasada.

Empezaba a escasear la luz cuando decidimos volver sobre nuestros pasos y dirigirnos hacia la zona de desagüe del lago. La vista que se nos ofrecía no dejaba de sobrecogernos. Era un balcón hacia varios 2500 en dirección al Aneto. El cielo estaba muy cubierto y no ofrecía ningún atisbo de que el sol pudiera colarse a través de sus nubes. Pronto quedó oculto tras las cumbres. A pesar de ello la escena me gustaba mucho, con el fluir del riachuelo y los intensos verdes bajo sus aguas. Elegí un encuadre que me satisfizo y, mientras mis compañeros se encontraban a escasos metros por debajo de mi haciendo de las suyas, me propuse experimentar con los filtros degradados consciente de que en no pocas ocasiones me habían sorprendido las tonalidades y matices invisibles al ojo que eran capaces de captar. Sujeté, pegados al polarizador, un par de filtros degradados neutros que moví durante los 10 segundos que duró la toma (sinceramente ya no me acuerdo de si fueron uno de 3 pasos y otro de 2, ambos de transición fuerte; o el primero de transición suave y el de 2 pasos de transición fuerte). La cuestión es que alucinaba con los colores que habían sido capaz de extraer de las tonalidades del cielo. El calificativo de "filtros mágicos", como esa tarde mis compañeros apodaron a mis degradados Singh-ray, era más que merecido.

La noche nos invadió y con las frontales encendidas iniciamos el descenso de vuelta sin más complicaciones y con la satisfacción de haber realizado una buena jornada. El ambiente de compañerismo que reinó durante todo el día fue excelente.

Para el día siguiente teníamos previsto dedicar la mañana al valle de Varradós. Este valle es conocido por su cascada Sauth deth Pish, situada al final de la carretera que recorre el mismo. Pero lo que me atraía de este valle no era tanto la cascada, que sabía no iba a estar en su mejor momento, ya que cuando gana es cuando se la fotografía en pleno auge otoñal. Lo que más me atraía era la vista de todo el macizo del Aneto y Maladeta nevados iluminados por los primeros rayos del sol. En un punto de la carretera, la vista recorre sin obstáculos todo el valle de la Artiga de Lin culminado la mirada en las montañas nevadas. Al menos eso era lo que yo me imaginaba a tenor de lo que había visto en Google Earth y algunas fotos de Panoramio. La realidad no nos defraudó, y de nuevo solos (a excepción de un fotógrafo más, que resultó ser otra cosa), disfrutamos de un magnífico amanecer que incluso nos trajo alguna pequeña nube anclada a los picos.


De las distintas fotos que hice esa mañana desde este fantástico mirador, me quedo con la que veis, resultado de montar tres fotos para formar la panorámica y que técnicamente no supuso ninguna dificultad.

Cuando la luz del sol perdió esa calidez que tanto codiciamos los fotógrafos de naturaleza, continuamos nuestro recorrido por la carretera hasta la "famosa" cascada. Como nos imaginábamos los colores del otoño ya pasados hacían que cualquier foto que se tomara de ella perdiera muchos puntos. Además, el sol estaba casi incidiendo sobre las paredes donde se encaja el salto de agua y en poco tiempo cualquier encuadre que se hiciera quedaría con una zona totalmente quemada. Hicimos las correspondientes fotos, más por testimonio que por entusiasmo. Aún así dedicamos el resto de la mañana a pasearnos entre las rocas del río. Decidimos, concentrarnos en esos micromundos de luces, sombras y colores exóticos que sólo la sensibilidad de un fotógrafo es capaz de percibir y transmitir a través de su cámara. El contraste del agua reflejando, a veces zonas a la sombras y otras los tonos dorados de la pared de roca iluminada por el sol, nos descubrió auténticas bellezas. Otras veces eran las hojas caídas las se convertían en auténticas protagonistas como testigos de un otoño que ya estaba tocando a su fin. En menos de un metro cuadrado pude salvar el día, fotográficamente hablando.


Mi 70-200 se convirtió en el elemento indispensable para atrapar el calidoscopio natural que nos rodeaba. En ocasiones me vi obligado a usar una lente de aproximación (500D) para conseguir mayores aumentos, pero a raíz de la poca profundidad de campo que se maneja en estas circunstancias, incluso con diafragmas muy cerrados, tuve que poner en práctica la técnica del Scheimpflug digital.


El Scheimpflug (a secas) es una técnica de principios del siglo XX usada principalmente por las cámaras con objetivos descentrables para evitar las típicas distorsiones de perspectiva. Como consecuencia de ello se pueden conseguir profundidades de campo mucho mayores que las habituales.

El Scheimpflug digital consiste, precisamente en lograr profundidades de campo mayores a través del procesado digital. La idea llevada a la práctica es muy sencilla:

1.- Hacemos varias fotos del mismo motivo, mismo encuadre, mismos parámetros pero enfocando a puntos distintos del sujeto a fotografiar (por ejemplo en un punto lejano, en un punto intermedio y en un punto cercano).

2.- Cargamos cada imagen en Photoshop como una capa distinta y asociamos una máscara a cada capa para ir quedándonos con las zonas enfocadas de cada toma.

Este segundo paso se puede automatizar con programas tipo Helicon Focus. El uso del Liveview, que permite aumentar al 200% lo que se ve en el display en tiempo real, me facilitó mucho la labor a la hora de realizar el enfoque manual en cada zona.

La nota negativa del día la tuvimos cuando descubrimos que ese "supuesto" fotógrafo y amante de la naturaleza, con el que habíamos coincidido al amanecer, era más bien un amante de lo ajeno. A Jose le habían desaparecido unos guantes que había dejado sobre una de las rocas del río. Este personaje se encontraba justo detrás de él. Pero no fue hasta pasado un rato que Jose se dio cuenta. Tras volver sobre sus pasos y no dar con ellos estaba claro lo que había sucedido. Aún así, cómo podía ser, nos preguntábamos el resto del grupo, que alguien de forma tan descarada hubiera cometido tal fechoría y además de una manera tan estúpida, puesto que su coche estaba aún aparcado junto al nuestro. Jose le esperó en el coche hasta que apareció. Sólo tuvo que ponerse serio con él para rápidamente confesar y devolver los guantes que había sustraído. Todos nos quedamos a cuadros. Menos mal que la cosa no acabó mal.

Por la tarde, y en vista de que no había ni una nube en el cielo, decidimos repetir la experiencia de la tarde anterior. A ver si esta vez pillábamos los Besiberri al rojo vivo.

Al llegar arriba, al borde del lago el cielo seguía sin ninguna nube. La tarde anterior habíamos descubierto un tronco medio sumergido en el agua que tenía que quedar fantástico como primer plano. Aún así, como habíamos llegado con tiempo, superando la marca de la tarde anterior, decidimos ir a la orilla opuesta del lago, donde supuestamente corría el arroyo que le alimentaba. Después de estudiar la zona, le veía menos posibilidades que a "mi" tronco. Si me quedaba, estaría lamentando no haberlo intentado con el tronco. Así que Gemma y Saúl, se quedaron y Jose y yo nos volvimos sobre nuestros pasos hasta el extremo opuesto del lago. Encontramos el tronco donde lo habíamos dejado 24 horas antes y montamos todo el equipo. La composición me gustaba, pero rápidamente, cuando la tan ansiada banda anaranjada comenzaba a dibujarse sobre las cumbres, me di cuenta de que a la escena le falta algo, unas nubes, y le sobraba otro algo, aquella luz tan frontal, sin contraste. Las fotos iban a quedar correctas pero sosas. Caí en ese momento en la cuenta de que las condiciones del día anterior, donde las nubes y las sombras que éstas arrojaban condimentaban la escena de una forma especial, sin ser las óptimas, eras mejores que las actuales. Hecha la foto del tronco (tres o cuatro tomas variando encuadres y disposición de los filtros degradados) salí pintando en busca de otro punto de vista localizado el día anterior. Pero la fortuna no quiso ponerse esta vez de mi lado y cuando llegué al lugar el sol estaba en las últimas y bastó únicamente el tiempo que dediqué a buscar una buena composición para que los naranjas intensos se esfumasen.

Una vez se hizo de noche y todos nos hubimos reunido, nos dedicamos a realizar alguna que otra nocturna con las estrellas reflejadas sobre el espejo que era el lago. Todo vestigio de luz, invisible para el ojo humano, era captado por la cámara de forma asombrosa. Aún así, poco he podido salvar de esas últimas horas del día que supusieron todo un desafío para la tecnología digital actual. El elevado ISO con el que me vi obligado a disparar (ISO 1600 e ISO 3200) hacen bastante inservibles las fotos. Sólo Saúl, con su gran angular f2.8 y el último modelo de cámara de Nikon (D700) hizo algo de calidad aceptable.

Cuando el frío comenzó a hacer mella en el grupo iniciamos el descenso, que, aunque sin problemas se pudo haber complicado algo más de la cuenta ya que, por descuido, sólo dos de nosotros llevábamos frontal.


El último día para mi, puesto que Saúl, Gemma y Jose, se quedaban un día más, decidimos volver a repetir el amanecer desde el mirador de Varradós. En busca de un encuadre algo distinto a los que no me habían convencido el día anterior llamó mi atención como la carretera conducía la mirada hacia el fondo del valle y las montañas. Apenas pasaban coches (sólo recuerdo haber tenido que quitar el trípode en una ocasión) y tuve tiempo de sobra para buscar diferentes encuadres, y usar diferentes combinaciones de filtros degradados.

A la hora y pico recogimos los bártulos y abandonamos el lugar dispuestos a darnos un buen homenaje en alguna cafetería de algún pueblo cercano. Me resultó curioso que los asistentes de un reconocido taller de fotografía que tiene todos los años cita en el valle de Arán, no madrugaran para asistir a este espectáculo. De hecho no había nadie, sólo mis compañeros y yo. A los asistentes del taller nos los encontramos saliendo del hotel, dispuestos a remontar la carretera del valle como dos más tarde, para su cita anual con la famosa cascada Sauth deth Pish (que no estaba en sus mejores momentos). En fin..., no puedo más que darles las gracias por habernos permitido volver a disfrutar del amanecer en soledad.

La escapada al Valle de Arán había cumplido mis expectativas. Quizás no me traía a casa fotos muy otoñales, pero sí variadas. Tan variadas como las experiencias y sitios que habíamos visitado. El tiempo tampoco fue lo mejor, pero supimos amoldarnos a él, para sacar lo mejor de lo que nos ofreció. La clave de todo ello fue una buena planificación. Ya estoy pensando y planificando mis siguientes escapadas.

De Izda a Dcha: Jose, Saúl, Gemma y yo


lunes, 10 de noviembre de 2008

MontPhoto 2008

Ya ha salido del veredicto del concurso fotográfico MontPhoto 2008. La suerte ha querido agraciarme con un 2º premio en la categoría de Montaña, con esta foto:

FOTO OCULTA TEMPORALMENTE

Ya comenté en la entrada del 18 de agosto las vicisitudes que rodearon a esta y otras fotos de la escapada, pero no puedo dejar de pensar que la mañana que hice esta foto tenía clavada en mi cabeza conseguir como fuera un encuadre en el que aparecieran las florecillas blancas (que me enamoraron a primera vista la tarde anterior cuando accedí, para vivaquear, a este paradisíaco rincón del pirineo). Me costó muchísimo encontrarlo, y he de confesar que esta foto es casi el resultado de disparar in extremis cuando la luz cambiaba a ritmo de vértigo sin encontrar algo que me convenciera, más porque sentía la necesidad de meter estas flores en el encuadre que porque hubiera dado con la composición y momento perfectos.

Esta es la clase de foto que no terminas de estar convencido de ella hasta que pasan unos meses. Sólo el tiempo me ha hecho ver lo que fui capaz de traerme casa, y ahora, con este segundo premio, me ha vuelto a dar otra alegría que quiero compartir con todos vosotros.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Sapa, el valle de arroz

La revista El Mundo de los Pirineos, publica en el número de este mes (noviembre-diciembre) un artículo mío (texto y fotos) sobre la región montañosa de Sapa en el norte de Vietnam.

En sus ocho páginas y catorce fotos se da un repaso a la historia, características de este bello lugar, a sus gentes y modo de vida, así como a sus principales enclaves turísticos.

Las fotos publicadas fueron tomadas en el verano de 2005 durante un viaje de casi un mes a lo largo y ancho de todo el país Vietnamita. En el valle de Sapa, pasé tres días, durmiendo en una de las muchas aldeas que pueblan el valle.

Aquí tenéis un pequeño extracto del artículo por si os animáis a comprar la revista:

Durante un día cualquiera de los meses de verano, el entorno natural de la pequeña población de Sapa, en el extremo oriental de la cordillera del Himalaya, revela la grandeza del lugar. A primeras horas de la mañana la niebla inunda los valles, agarrada a los árboles, dejando entrever antiguas mansiones de madera ancladas entre boscosas extensiones de pinos. Al llegar el mediodía el tiempo se despeja, dejando a la vista un paisaje formado por amplias terrazas que se deslizan por las faldas de las montañas y donde las aldeas, como diamantes, destacan sobre el intenso verde de los arrozales. A menudo, sin previo aviso, una tormenta descarga su furia y un arco iris transforma en un lugar mágico el entorno de Sapa, que ha sido fuente constante de inspiración poética durante muchos años.

En mi web, en la sección "Publicaciones", tenéis una muestra de las fotos publicadas.